Este espacio está basado en la publicación de Hector Velarde a través de la página de: El Arquitecto Peruano; a través de él nos muestra la gran influencia que él puede generar en la arquitectura de ahora a través de esta publicación y en la arquitectura de grandes como Sullivan, Gaudi o Perret.
Cuando hablan mal de Viollet-le Duc me parece una gran injusticia. Sin él no hubiéramos tenido nunca el soberbio espectáculo de Pierrefonds, de Carcassone y de muchas iglesias y castillos góticos. Viollet-le-Duc montó esas piezas de piedras como un escenógrafo sabio, consciente, respetuoso y dijo cosas modernísimas sobre arquitectura a pesar de respirar el mismo aire medieval y solemne que respiraba Chateaubriand.
¿Son realmente falsas sus restauraciones?
¡Claro que sí, exclaman los racionalistas, no puede ser verdad hoy una imitación de algo que ni siquiera se sabe bien cómo fue hace seis siglos!
Es evidente. Por definición lo que se imita no puede ser lo auténtico. Luego mentira. Eso lo sabíamos hace tiempo. Pero vamos por partes. Veamos dónde están las mentiras gordas; hay la mentira de la forma y la mentira de la época. La una corresponde al espacio y la otra al tiempo.
Si lo que se restaura sigue no solamente con exactitud las formas pasadas sino que las levanta como si se hubiesen derruido el día anterior, empleando los mismos materiales, las mismas técnicas y hasta la misma mano de obra, la falsificación en el espacio no es, en mi modesto criterio, tan condenable. Violletle-Duc operó como un brujo historiador de la arquitectura valiéndose de todos estos factores; logró en algunos sitios continuar tradiciones de trabajo que estaban latentes, casi intactas, para empalmar como si tal cosa con la obra trunca y olvidada. Devolvió a muchos monumentos irreconocibles sus formas primitivas pero con la unidad sólida que le correspondía al espacio de esos monumentos.
Viollet-le-Duc, si bien imitó muchísimo, inventó muy poco a pesar de su entusiasmo, lo que es una gracia que debemos agradecerle. ¡Con la imaginación, autoridad y libertad que tenía!. . .
Ahora pasemos al aspecto tiempo.
¿Era falso, en pleno romanticismo, cuando el gótico había renacido como ideal lírico y modelo de perfección artística, que Viollet-le-Duc restaurase en gótico cuanto encontraba en Francia? ¿No sigue siendo una gracia muy grande el que no lo hubiese inventado de una sola pieza?
La mentira, la mentiraza, está más bien en las fechas de sus obras pero no precisamente en el espíritu que las anima. Viollet-le-Duc no falseó su tiempo. Fue su época la que falseó el gótico para nosotros pero para los artistas y poetas románticos el gótico fue fuente de inspiración, ejemplo de ""existencia y hasta motivo de suicidio.
¿Hoy quién se mataría en Lima de amor por la arquitectura colonial?
Creo pues que hay una distancia apreciable entre Viollet-le-Duc y la, pastelería que se le atribuye. El corto y apasionado renacimiento del gótico en plena mitad del siglo XIX no deja de ser por eso un fenómeno de orden regresivo comparable, en cierra medida, al largo renacimiento greca-romano iniciado el siglo XV. Sin embargo no es corriente oír decir que Alberri, Bramante, Palladio y Vignola eran cuatro pasteleros. Claro, éstos tenían genio e inventaban cosas nuevas con columnas, cornisas y frontenes, mientras que Viollet-le-Duc no hizo sino repetir con talento y exactitud olivas, torreones y almenas. Ahí está seguramente lo que parece como pastel para los puristas contemporáneos. Los primeros no restauraban; hacían novedad con lo viejo. Viollet-le-Duc hacía viejo con lo viejo; lo nuevo eran los materiales.
Sus pasteles eran en todo caso muy venerables. . .
Siguen siendo muy venerables. Por eso no debemos criticar tanto al portentoso autor del Diccionario de la Arquitectura.
Además no podríamos hacerla a gusto ante sus magníficas resurrecciones de fortalezas, catedrales y castillos. Se nos apagaría la risita existencial y pastelera de hoy.
Pensándolo filosóficamente, que es una manera de darle calidad al pensamiento complicándolo, Viollet-le-Duc nos plantea aspectos muy sugestivos sobre restauraciones en general. Estos nos interesan grandemente como peruanos rodeados de ruinas.
Si en un pueblo, en pleno siglo XX, la gente vive, piensa, come y ama como en el año de la peste, no es pecado que restaure en estilo romántico. Estaría de acuerdo con el tiempo que le corresponde a esa gente.
Ahora, si esa gente no tiene ni los materiales ni la mano de obra de la época en que cree existir y existe, sino vidrio, acero y concreto, pues esa gente se ha reventado. Hará sus obras falseando completamente el espacio por más pareciditos antiguos que le den a sus formas. El fenómeno plástico es generalmente muy feo y frecuente. El cemento, por ejemplo, aparece imitando formas de madera o piedras sobre verdaderos muros de piedra. En muchos lugares de Oriente se ven armatostes de hierro con cupulines y ventanista musulmanas. .. Esto no es lo que se llama pastelería. Aquí, en todo caso, la crema está completamente cortada.
Puede producirse el fenómeno, muy corriente, de que la gente de un pueblo se imagine, como gracia tradicional, vivir en tiempos viejos con espacio nuevo. Disfraces. Entonces sí hay pastel y éste sería de crema volteada.
Ahora supongamos un pueblo donde la gente viva al día, muy moderna, modernísima, pero que le dé el naipe por restaurar lo viejo que le queda en estilo viejo; en crear viejo por gusto. Naturalmente esa gente falseará todo su tiempo en fecha y en espíritu aunque logre una plástica perfecta con materiales auténticos, técnicas resucitadas y mano de obra importada para ese único propósito. Aquí el espacio no mentirá en la forma pero el espacio sin tiempo es vacío sin fondo... m pastel es inevitable, estará latente, se le podrá patinar y quiñar como ruina usada, pero en cualquier momento salta la crema fresca o revienta el merengue. Peor si es concreto armado. Cuando se trata de construcciones completas de tipo tradicional
entonces la pieza montada resulta de banquete; la torta es elocuentísima. Ejemplo: un almacén de aparatos de radio con aire acondicionado de estilo plateresco en Los Angeles.
Si en el pueblo la gente está completamente al día en el tiempo y, sobre todo, en el espacio, esa gente no restaurará absolutamente nada; a lo más apuntalará lo indispensable si hay algo que apuntalar. . . No hay pastel posible con el pasado pero sí lo puede haber con el futuro.
En resumen:
Si el tiempo y el espacio son viejos -aunque sea hoy- no hay pecado en hacer y completar lo viejo con lo viejo.
Caso Viollet-le-Duc.
Si el tiempo es viejo y el espacio es nuevo las restauraciones son como recién nacidos ya ancianos. Muchas veces deformes. Caso muy frecuente en antiguas y lejanas culturas con televisión. Los americanos llamarían "subdesarrollados" a estos lugares afectados por el fenómeno.
Si el tiempo es nuevo y el espacio es viejo las restauraciones son como ancianos acabaditos de nacer. Generalmente esto pasa en medios muy cultos que conocen perfectamente a sus antepasados.
Si el tiempo y el espacio son nuevos, recientitos, las restauraciones son nonatas. Se trata de construcciones de ayer para continuadas mañana. Pero como nunca un tiempo y un espacio flamantes coinciden exactamente en lo actual y mucho menos en lo ido, resulta que el tiempo, aunque sea un instante, se impone siempre al espacio virgen para darle su pequeña historia. .. No hay pastel de matrimonio con lo tradicional pero aparecen chupetes como promesas novedosas.
Al respecto, una aguda escritora brasilera, Corina Pessoa, pregunta con mucha gracia, ¿cómo debe vestirse el elemento oficial en Brasilia?, ¿con frac y tarro? . .. Es evidente que en días de ceremonia no está bien que el cuerpo diplomático se ponga allí uniforme con espadín y sombrero de picos. El protocolo debe decidir: overol con condecoraciones. El tiempo y el espacio, siendo novísimos; aún no se acomodan.
Viollet-le-Duc, a destiempo y sin comerla ni beberlo, nos ha iniciado aquí, en nuestra blanda Lima, en el aprecio y recochineo de múltiples pasteles. Algunos riquísimos y otros atroces. Los encontramos también de juguete y sorpresa: piononos y alfajores de cartón con sus bañitos de azúcar colonial y hasta incaica.
Total: no hay nada más difícil que restaurar lo viejo y aún lo nuevo porque se trata nada menos que de ponerle tiempo al espacio y espacio al tiempo cuando ambos están por separado. Llegar a superponerlos es proeza de tacto, de saber, de suerte, de prudencia, de actitudes pitagóricas y de recetas culinarias en que las artes del pastelero pueden dar obras de discreción, de saboreo de lo antiguo por lo moderno, o bien obras de náusea por adulteración de lo nuevo para hacernos tragar lo viejo.
De la franca brutalidad del apuntalamiento y del parche extraño, que no requiere sino puro sentido de conservación del individuo, a la chorreadera de cascadas chantilly e incrustaciones de buñuelos, es preferible mil veces lo primero pero hay una medida delicada, sutil que vale la pena buscada y esa medida es la del tiempo y la del espacio cuando se logran aproximados sin violencias ni ruido. El pastel resulta entonces discreto y, para nosotros limeños, puede llegar hasta tener sabor a maná o a nuez de nogal.