Ciudad medieval de Carcassonne

sábado, 21 de mayo de 2011

UN CONTEXTO DIFERENTE...

Entre la historia y la vida humana hay una analogía metódica y engañosa que propone que los movimientos arquitectónicos nacen, tienen una juventud, envejecen y finalmente mueren. El proceso histórico que condujo a la creación del movimiento moderno en arquitectura no tuvo nada de esta fatalidad biológica y no tuvo un comienzo claro que se pueda identificar con precisión. Hubo una serie de causas y corrientes de ideas que lo propiciaron, cada una con su propia genealogía. Aunque la síntesis crítica comenzó a principios del siglo XX, la idea de una arquitectura moderna, en contraste con un estilo revitalizado de algún periodo anterior, había existido durante más de medio siglo.
Pero esta noción de una arquitectura “moderna”  estaba a su vez enraizada en movimientos de finales del siglo XVIII, en particular el énfasis en la idea de progreso. Fundamental para esta concepción era el sentido de la historia como algo que avanza a través de diferentes épocas, cada una con un núcleo espiritual que se ponía de manifiesto directamente en los hechos culturales. Desde esta posición intelectual era posible hablar del modo en el que un templo griego o una catedral gótica había “expresado su época”, y suponer que los edificios modernos deberían hacer lo propio. De ello se dedujo que la revitalizaciones historicistas se deberían considerar fracasos en el intento de establecer una expresión verdadera. Por tanto el destino exigía la creación de un auténtico estilo de la época, diferente a los anteriores, pero tan incontrovertible y tan aparentemente inevitable como ellos. La cuestión era ¿cómo se podrían descubrir las formas de este estilo contemporáneo?.


En un nivel aún más profundo, la industrialización transformó los propios modelos de vida en el campo y la ciudad, y llevó a la proliferación de nuevos cometidos edificatorios (estaciones de ferrocarril, casas suburbanas y rascacielos) para los que no existía una convención ni un precedente obvio. De este modo, la crisis relativa al uso de la tradición en la invención se exacerbó con la creación de novedosos tipos de edificios sin una genealogía determinada.
Más aún, la mecanización sacudió el mundo de los oficios y aceleró el hundimiento de las tradiciones vernáculas. El trabajo a máquina provocó una escisión entre la mano, la mente y la vista en la creación de objetos utilitarios, y la estandarización trajo consigo la pérdida del toque y el impulso vitales. Los moralistas de mediados del siglo XIX-como A.W.N.Pugin, John Ruskin  William Morris-comprendieron que la mecanización estaba destinada a causar la degradación en todos los aspectos de la vida, en menor y en mayor de las escalas del diseño. Por ello abogaban por una re intensificación de los oficios y una reintegración del arte y la utilidad. 
Y a todo esto, ¿qué hacía Viollet Le Duc en una época como ésta?
En sus escritos de las décadas de 1860 y 1870, el arquitecto y teórico francés Eugéne Viollet Le Duc formuló un modelo de historia de la arquitectura que ligaba la expresión sincera de la construcción y klos materiales de los edificios con la marcha progresista de la historia. Viollet le Duc era cada vez más consciente del impacto de los nuevos materiales como el hierro y el vidrio plano, y entendía que el siglo XIX debía tratar de formular su propio estilo econtrando formas “apropiadas” a las nuevas técnicas y a las alteradas condiciones sociales y económicas. Esto era bastante razonable en teoría, pero aún persistía la pregunta: ¿dónde se encontrarías las formas de este nuevo estilo?. Para esta pregunta había unas cuantas respuestas posibles. En un extremo estaban los que creían en los grandes saltos individuales de la creación en el otro estaban los que pensaban que el asunto se resolvería de alguna manera por sí mismo si los arquitectos simplemente seguían resolviendo los nuevos problemas con lógica y corrección. Había relativamente poca conciencia de que incluso una arquitectura “nueva”, en último término, estaría constituida probablemente a partir de elementos antiguos, aunque de una elevada abstracción.
La propia noción de una arquitectura moderna contradecía las visiones tradicionalistas del diseño que confiaban en el uso manifiesto de los modelos del pasado para la génesis de las formas. En ciertas versiones del historicismo, algunos estilo históricos se consideraban intrínsecamente superiores a otros, en parte por motivos estéticos, pero también porque algunos periodos históricos se veían como culturalmente superiores a otros. Imitando el estilo elegido se esperaba, sin convicción, poder reproducir sus supuestas excelencias y las virtudes morales que comportaban. Pero existía el peligro evidente de que se pudiesen copiar los rasgos exteriores sin reproducir las cualidades esenciales, y acabar así en el academicismo trasnochado. Más aún, de modo natural surgía esta pregunta: si un conjunto de formas han sido correctas para un contexto (ya fuese griego, gótico, egipcio o renacentista) ¿podrían realmente ser correctas para otro?